D. Antonio Peña y Gañí, San Sebastián
1856-1896
El gran cronista Donostiarra, en tres especialidades,
Pelota- Vasca, Tauromaquia y Opera
El gran cronista Donostiarra, en tres especialidades,
Pelota- Vasca, Tauromaquia y Opera
D. Antonio Peña y Goñi (1856-1896)
San
Sebastián año 1892 Estas páginas como introducción al libro están dedicadas al
gran escritor donostiarra, que fue un erudito en tres materias bien diferentes
(Pelota, tauromaquia y Opera), con gran éxito en las tres, pero a mi lo que me interesa es la pelota, y aprender de este gran maestro de la pelota-vasca. Ha llegado el momento de
ocuparnos de un hombre muy importante en el campo de la bibliografía de la
pelota-vasca. D. Antonio Peña y Goñi. Literato de nota, intelectual brillante,
académico de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando,
Comendador de la orden de Isabel la Católica, caballero de la de Carlos III,
Cruz del Mérito Naval, y adjudicatario de otros muchos nombramientos y honores
relevantes, conquistó notoriedad ejerciendo el periodismo y especializándose en
tres materias tan distintas como la música, la tauromaquia y la pelota-vasca.
Escritor partidario de la precisión, puede decirse que don Antonio recogió en
sus libros y artículos lo más sobresaliente del movimiento registrado a lo
largo del siglo XIX, en los tres campos citados. Por ser ajenos al tema que nos
ocupa, pasaremos por alto los de la música y la tauromaquia, en los que nuestro
crítico alcanzó gran popularidad. Nos concentraremos en nuestro deporte de la
pelota-vasca.
Portada del libro, la Pelota y los Pelotaris, publicado el año 1892 de D. Antonio Peña y Goñi
Vista de la cancha del frontón de verano descubierto
(Jai-Alai) del barrio donostiarra de
Ategorrieta se inauguró el año 1887, cerró sus puertas el año 1932 Corría el año 1887. Iba a inaugurarse un
frontón que acababa de construirse en el paseo de Ategorrieta.
Se trataba de
una instalación preciosa, descubierta, con palcos
elegantes y un aforo considerable para la época. Su empresario era D. Lucio
González Iribarne. El nuevo juego de la pelota iba a necesitar un nombre. D.
Lucio quería que ese nombre fuera un nombre vasco. Serafín Baroja estaba
entonces en candelero; una letra suya acababa de quedar integrada a la marcha
de San Sebastián, de Raimundo Sarriegui. El empresario se acerca un día al
poeta y le pide un nombre vasco para el nuevo frontón de Ategorrieta. Y el
poeta le da ese de Jai-Alai (Fiesta Alegre en castellano). En puridad, puede
que la denominación no sea correctamente adecuada para designar el juego vasco,
ya que la pelota tiene siempre un signo dicotómico y hasta diría que dramático
por cuanto supone de enfrentamiento y de lucha, de vencedores y de vencidos.
Por añadidura y como decía D. Miguel de Unamuno, (el dinero anda de por medio
sazonando la pasión). Así pues, de un lado está, efectivamente. La alegría;
pero del otro y como contrapunto inevitable, la tristeza. Y en el fondo late
siempre el enardecimiento, la vehemencia…Mas en cualquier caso, adecuado o no,
el hecho es que el tal nombre posee dos ingredientes muy importantes: uno
visual, Jorge Oteiza concede siempre mucha importancia a este factor de la
visualidad en la elaboración y en el aspecto de la palabra escrita. Y
evidentemente, la expresión (Jai-Alai), resulta grata para el lector. El otro
ingrediente es el de la eufonía y también resulta evidente que la palabra
(Jai-Alai) al ser pronunciada de viva voz adquiere una especie de musicalidad
rimada, ciertamente atrayente. Puede que aquí residiera el secreto de que la
palabra ideada por Serafín Baroja hiciera fortuna. Porque el hecho es que al
(Jai-Alai), donostiarra le fueron sucediendo muchos otros (Jai-Alais) el
Madrileño, el de Zaragoza, el de la Haban-Cuba, el de México, el de Miami, el
de Shangai-China, el de Manila- Filipinas y el de otras mil ciudades por el
mundo entero. Como dato curioso señalaré que el nombre concebido por D. Serafín
Baroja en el callejero de Caracas-Venezuela, donde es sabido, no hay nombres de
calles sino de esquinas de cuadras o de manzanas. Pues bien, una de estas
esquinas llevó el nombre de Jai-Alai, incluso muchos años después de
desaparecido el frontón epónimo, construido medio siglo atrás al este de la
ciudad. Y hubiera seguido llevándolo si no fuera porque el crecimiento
arrollador de Caracas, con sus inevitables obras de vialidad autopistas,
avenidas, tréboles, pasos elevados, subterráneos, etc, cambió por completo la
fisonomía de la zona, desapareciendo las manzanas de casas que allí existían. Y con ellas, las esquinas.
Y con las esquinas sus nombres…
EL JUEGO MODERNO POR D. ANTONIO PEÑA Y GOÑI
Explica Antonio Peña y Goñi cómo al guante corto y largo, la pala y la mano limpia, que era como se jugaba a largo, a rebote, a trinkete y a blé, tanto en Guipúzcoa como en Bizkaia y Navarra, vino a sustituir la cesta, llamada también txistera, nacida allende, del Bidasoa e importada a Guipúzcoa hacia el año 1858 para la práctica del rebote, y que terminaría utilizándose en otras modalidades de la pelota. Señala el escritor donostiarra que aunque los pelotaris de su tiempo. Apreciaban mucho el piso de las canchas sudamericanas, el preferido para ellos, y de manera unánime, era el frontón Jai-Alai, de San Sebastián, hecho, según sus noticias con una piedra especial de sillería extraída de las canteras de Usúrbil-Guipúzcoa. Como hombre de letras partidario de las puntualizaciones, Peña y Goñi advierte que él escribe bolea y no volea, porque el Diccionario de la Real Academia de la lengua no contempla esta voz. Consigna, si, el verbo volear, pero asignándole una acepción que no termina de satisfacerle. Y curándose en salud también entonces debían de darse entre nosotros los enfrentamientos etimológicos pide perdón a los filólogos para afirmar que bolea procede del euskera (bolia). Y aunque, como diría un manito, parece cosa (averiguada) que los filólogos actuales no compartirán esta deducción etimológica, no vamos a detenernos aquí, dado que nuestro propósito tiene poco que ver con el predio lingüístico, al menos en un sentido riguroso. Conocida es la descripción que hace D. Antonio de las funciones del delantero y del zaguero dentro del juego de la pelota, según las cuales, el primero vendría a ser como el matador en una corrida de toros recordemos que Peña y Goñi no sólo fue un erudito en materia de pelota, sino también de teatro y de toros (de ahí su cotejo) y el zaguero sería el picador. Para éste se lee costillas rotas, los naranjazos y las Imprecaciones del público. Y más adelante agregará: Y todo ¿para qué? Para que el delantero se coma generalmente la breva y se lleve las ovaciones en el remate de los tantos‖. Uno acepta que esto pudiera suceder en tiempos de D. Antonio, pero quien ha visto jugar al Guillermo Amutxastegi, de los buenos tiempos, en la zaga; o a Amorebieta IV; o a Gallastegui o al propio Jesús Abrego, cuando actuaba de zaguero, no piensa ni por asomo en la metáfora del picador vapuleado. Estos y otros muchos pelotaris posteriores a Peña y Goñi, llegaron a convertir los cuadros graves en alegres, doblegando a sus adversarios y rematando con brillantez los tantos. Antonio Peña y Goñi, como vasco, manifiesta cierta inclinación hacía la polémica. Así arremete, cierto que con toda caballerosidad, con el fair play que se empleó siempre en el país hasta que las pasiones políticas incorporaran al género contencioso el uso de la injuria y de la falacia contra un médico defensor de las excelencias de los juegos antiguos, especialmente el de largo, por lo cual ponía en solfa al blé. Que es otra manera nuestra de plantear los cotejos ya Unamuno, dijo aquello de (poca grandeza de ánimo arguye negar a los demás para afirmarse a sí mismo), pero olvidando que él mismo practicaba a menudo aquello que imputaba a los demás. Y Peña y Goñi, que como acabamos de ver, ha establecido un parangón tauromáquico con la imagen del matador y la del picador, incide en la misma contradicción al satirizar el hecho de que el doctor en cuestión compare el blé con la zarzuela; el rebote y el trinkete con la opereta; y el largo con la gran ópera. Lo que sí admite el periodista donostiarra es que el juego antiguo, esto es, en el largo e incluso en el rebote, existía una mayor nobleza. Generalmente, estos juegos se practicaban por equipos comarcales o regionales, que defendían en la plaza el honor deportivo de sus zonas respectivas. Y había, por lo tanto, en el pelotarísmo antiguo señala D. Antonio, con un tanto de nostalgia la grandeza de la lucha que persigue un fin levantando, el amor propio erigido en principio fundamental, la lucha en casa, entre montes, en un circulo limitado, el brazo del jugador convertido en símbolo de la región o del pueblo, las regatas de Ondárroa contra. San Sebastián; un carácter, en suma, solemne, abrupto, primitivo)…Esta nobleza y esta presencia del señorío rural en los juegos largos que añora Peña y Goñi coincidirían en cierto modo, con las que Caro Baroja les asignaba cuando los definía como pugnas rurales. Nuestro historiador añadirá más adelante: Manuel Lecuona, (Urtxalle), ganado dos mil duros en Pamplona al pelotari navarro Ocón, en dos partidos de pelota verificados en días sucesivos, perdiendo esa cantidad al monte, en pocas horas, e improvisando con la guitarra ingeniosa versos en vascuence alusivos a aquella debácle, es el tipo alegre, desinteresado, desprendido, noble, franco y simpático, el tipo acabado del jugador de ayer. La prodigalidad en la asignación de adjetivos encomiásticos, revela el entusiasmo de D. Antonio por un tipo humano al que ve en trance de Desaparición. Una especie de bohemio, de arlote, que pasa por la vida sonriendo, cantando y dilapidando. Un Iparaguirre pelotari. Y ya se comprende que su entusiasmo es el entusiasmo del literato y no el del crítico, que ha de tener siempre presente en sus juicios eso que pudiéramos llamar la deontología del pelotari, tanto en la kantxa como en la calle. Pero, a pesar de esta exaltación nostálgica hacía los juegos en trance de desaparición, Peña y Goñi exculpa a los pelotaris que se han pasado al blé y abrazado el profesionalismo. ¿Es suya la culpa? Se pregunta, para auto responderse al punto. No. El terrible problema de la lucha por la vida es lo que nos preocupa a todos. La solución de ese problema se presenta actualmente al pelotari en términos brillantes y fáciles; la aprovecha y hace muy bien, trance de mediocridad y de falta de brillantez; y que de la misma manera, el Txikito de Eibar, que apareció en las canchas en 1876, cuando el célebre Urtxalle, entraba en la triste rampa de la decadencia y en un momento en que el juego a mano reinaba el famoso, Cuara-Laba, de Markina, sería quien diera nuevo esplendor al deporte de los vascos. Por entonces destacaban también Biximodu y el Txikito de Azpeitia, el primero en la especialidad de pala y el segundo en la de guante
Explica Antonio Peña y Goñi cómo al guante corto y largo, la pala y la mano limpia, que era como se jugaba a largo, a rebote, a trinkete y a blé, tanto en Guipúzcoa como en Bizkaia y Navarra, vino a sustituir la cesta, llamada también txistera, nacida allende, del Bidasoa e importada a Guipúzcoa hacia el año 1858 para la práctica del rebote, y que terminaría utilizándose en otras modalidades de la pelota. Señala el escritor donostiarra que aunque los pelotaris de su tiempo. Apreciaban mucho el piso de las canchas sudamericanas, el preferido para ellos, y de manera unánime, era el frontón Jai-Alai, de San Sebastián, hecho, según sus noticias con una piedra especial de sillería extraída de las canteras de Usúrbil-Guipúzcoa. Como hombre de letras partidario de las puntualizaciones, Peña y Goñi advierte que él escribe bolea y no volea, porque el Diccionario de la Real Academia de la lengua no contempla esta voz. Consigna, si, el verbo volear, pero asignándole una acepción que no termina de satisfacerle. Y curándose en salud también entonces debían de darse entre nosotros los enfrentamientos etimológicos pide perdón a los filólogos para afirmar que bolea procede del euskera (bolia). Y aunque, como diría un manito, parece cosa (averiguada) que los filólogos actuales no compartirán esta deducción etimológica, no vamos a detenernos aquí, dado que nuestro propósito tiene poco que ver con el predio lingüístico, al menos en un sentido riguroso. Conocida es la descripción que hace D. Antonio de las funciones del delantero y del zaguero dentro del juego de la pelota, según las cuales, el primero vendría a ser como el matador en una corrida de toros recordemos que Peña y Goñi no sólo fue un erudito en materia de pelota, sino también de teatro y de toros (de ahí su cotejo) y el zaguero sería el picador. Para éste se lee costillas rotas, los naranjazos y las Imprecaciones del público. Y más adelante agregará: Y todo ¿para qué? Para que el delantero se coma generalmente la breva y se lleve las ovaciones en el remate de los tantos‖. Uno acepta que esto pudiera suceder en tiempos de D. Antonio, pero quien ha visto jugar al Guillermo Amutxastegi, de los buenos tiempos, en la zaga; o a Amorebieta IV; o a Gallastegui o al propio Jesús Abrego, cuando actuaba de zaguero, no piensa ni por asomo en la metáfora del picador vapuleado. Estos y otros muchos pelotaris posteriores a Peña y Goñi, llegaron a convertir los cuadros graves en alegres, doblegando a sus adversarios y rematando con brillantez los tantos. Antonio Peña y Goñi, como vasco, manifiesta cierta inclinación hacía la polémica. Así arremete, cierto que con toda caballerosidad, con el fair play que se empleó siempre en el país hasta que las pasiones políticas incorporaran al género contencioso el uso de la injuria y de la falacia contra un médico defensor de las excelencias de los juegos antiguos, especialmente el de largo, por lo cual ponía en solfa al blé. Que es otra manera nuestra de plantear los cotejos ya Unamuno, dijo aquello de (poca grandeza de ánimo arguye negar a los demás para afirmarse a sí mismo), pero olvidando que él mismo practicaba a menudo aquello que imputaba a los demás. Y Peña y Goñi, que como acabamos de ver, ha establecido un parangón tauromáquico con la imagen del matador y la del picador, incide en la misma contradicción al satirizar el hecho de que el doctor en cuestión compare el blé con la zarzuela; el rebote y el trinkete con la opereta; y el largo con la gran ópera. Lo que sí admite el periodista donostiarra es que el juego antiguo, esto es, en el largo e incluso en el rebote, existía una mayor nobleza. Generalmente, estos juegos se practicaban por equipos comarcales o regionales, que defendían en la plaza el honor deportivo de sus zonas respectivas. Y había, por lo tanto, en el pelotarísmo antiguo señala D. Antonio, con un tanto de nostalgia la grandeza de la lucha que persigue un fin levantando, el amor propio erigido en principio fundamental, la lucha en casa, entre montes, en un circulo limitado, el brazo del jugador convertido en símbolo de la región o del pueblo, las regatas de Ondárroa contra. San Sebastián; un carácter, en suma, solemne, abrupto, primitivo)…Esta nobleza y esta presencia del señorío rural en los juegos largos que añora Peña y Goñi coincidirían en cierto modo, con las que Caro Baroja les asignaba cuando los definía como pugnas rurales. Nuestro historiador añadirá más adelante: Manuel Lecuona, (Urtxalle), ganado dos mil duros en Pamplona al pelotari navarro Ocón, en dos partidos de pelota verificados en días sucesivos, perdiendo esa cantidad al monte, en pocas horas, e improvisando con la guitarra ingeniosa versos en vascuence alusivos a aquella debácle, es el tipo alegre, desinteresado, desprendido, noble, franco y simpático, el tipo acabado del jugador de ayer. La prodigalidad en la asignación de adjetivos encomiásticos, revela el entusiasmo de D. Antonio por un tipo humano al que ve en trance de Desaparición. Una especie de bohemio, de arlote, que pasa por la vida sonriendo, cantando y dilapidando. Un Iparaguirre pelotari. Y ya se comprende que su entusiasmo es el entusiasmo del literato y no el del crítico, que ha de tener siempre presente en sus juicios eso que pudiéramos llamar la deontología del pelotari, tanto en la kantxa como en la calle. Pero, a pesar de esta exaltación nostálgica hacía los juegos en trance de desaparición, Peña y Goñi exculpa a los pelotaris que se han pasado al blé y abrazado el profesionalismo. ¿Es suya la culpa? Se pregunta, para auto responderse al punto. No. El terrible problema de la lucha por la vida es lo que nos preocupa a todos. La solución de ese problema se presenta actualmente al pelotari en términos brillantes y fáciles; la aprovecha y hace muy bien, trance de mediocridad y de falta de brillantez; y que de la misma manera, el Txikito de Eibar, que apareció en las canchas en 1876, cuando el célebre Urtxalle, entraba en la triste rampa de la decadencia y en un momento en que el juego a mano reinaba el famoso, Cuara-Laba, de Markina, sería quien diera nuevo esplendor al deporte de los vascos. Por entonces destacaban también Biximodu y el Txikito de Azpeitia, el primero en la especialidad de pala y el segundo en la de guante
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