HISTORIAS DE LA CESTA-PUNTA
Los últimos pelotaris de Yakarta
2 de Noviembre de 2009
Llegaron
a ser treinta y seis en los años setenta. Ahora sólo quedan tres. Son los
últimos pelotaris de Indonesia. Fueron las estrellas de la cesta punta, la
especialidad más espectacular de la pelota vasca. Hoy trabajan en la embajada
española y añoran tiempos pasados. Aterrizaron en Yakarta en 1974. “Nos
contrató una empresa de Macao, propiedad de un chino, Stanley Ho”, explica
Javier Urionabarrenechea, que llegó con 23 años y ocho ya de profesional. “Me
estrene en el frontón de Barcelona, cuando sólo tenía 15 años”, explica.Con
Uriona –se recortó el nombre porque ningún oriental era capaz de pronunciarlo-
llegaron otros treinta y cinco jugadores en el espacio de unos pocos meses. “En
los años setenta, la pelota vasca era el deporte de moda en Yakarta, pero
también en otras capitales del sudeste asiático, como Macao y Manila”, señala
José María Barquín, que llegó a la capital indonesia con 21 años recién
cumplidos, tras debutar en Palma de Mallorca con 17 años. Ambos recuerdan con
nostalgia los viejos tiempos. “Fueron unos tiempos magníficos”, recuerda
Barquín. “Éramos jóvenes, famosos y con dinero, que más se puede pedir. Ya te
puedes imaginar”, apunta Uriona. Tenían unos sueldos del orden de 400 dólares
estadounidenses de la época, más una prima de 20 dólares por juego ganado, cada
noche participabamos en ocho partidos de quinielas, más vivienda gratis. “Era
una vida de estrellas”, afirma con cierta añoranza Barquín. “Salíamos todas las
noches”, dice Uriona, aunque precisa que “sólo había dos sitios de alterne en
toda la ciudad, el “Coca” y el Hotel Indonesia”. “En aquellos años Yakarta era
preciosa. Era una ciudad pequeña. Todo era vegetación. No había edificios
altos, tan solo casitas bajas. Ni siquiera había taxis”, describe Uriona. Barquín,
Uriona y otros compañeros jugaban todas las noches en el frontón Jai Alai de
Yakarta, hoy convertido en un centro comercial. “El frontón estaba lleno todos
los días. A la gente le encantaba, venían por las apuestas. Se movía muchísimo
dinero todas las noches”, señala José María Barquín. “entre 30 y 40 millones de
rupias diarias”, apunta Javier Uriona.
Unas cifras equivalentes a entre 75.000
y 100.000 dólares estadounidenses de la época. Pero todo terminó abruptamente.
“Me acuerdo como si fuera ahora mismo”, dice José María Barquín. “Fue en la Navidad de 1981. El
presidente Suharto prohibió todos los juegos de apuestas. De la noche a la
mañana nos anunciaron que en cuatro meses se cerraba todo. Y así fue”, recuerda
Barquín. Uriona, Barquín y algunos otros dejaron el Jai Alai de Yakarta y
probaron suerte en Filipìnas. Concretamente en Manila y Cebú, “pero los
filipinos también cerraron”, precisa Uriona. La mayoría de ellos decidió
cambiar la pista por otro oficio. Ellos volvieron a Indonesia, se casaron y
tuvieron hijos. Pero fueron unos tiempos difíciles. Sus orígenes vascos no les
facilitaron las cosas en los estamentos oficiales. En aquella época, ETA
intentaba poner en jaque al gobierno español con múltiples atentados y que de
pronto aparecieran unos vascos por tierras orientales diciendo que eran
jugadores de cesta punta despertaba sospechas en más de uno.
Al final
encontraron empleo en la embajada española en Yakarta. Hace ya más de veinte
años que trabajan en la sección de visados. Desde entonces han sido testigos de
paso de miles de españoles por Indonesia y de la historia reciente de este
país. Han vivido las revueltas que provocaron la caída de Suharto en 1998 y
también les tocó vivir la tragedia del tsunami, que en el 2004 acabó con la
vida de má de 170 personas en el norte de Sumatra Otro ex pelotari, Juan
Olaechea, también decidió seguir los pasos de José María Barquín y Javier
Uriona y opto por quedarse en Yakarta. Tras dejar el frontón decidió quedarse
en Indonesia. Probó fortuna en el mundo de los negocios y ayudo a crear la
primera industria cementera del país. Ahora, casado y padre de cuatro hijos, es
analista de la oficina comercial de la embajada española. Todos piensan
en Euskadi y reconocen que cuando regresan por vacaciones no pueden evitar
acercarse al frontón de su pueblo. “Ya me gustaría echar algún juego dice
Barquín con cierta nostalgia. “Sí, hombre, como si aun tuviéramos veinte años.
Todavía me rompería un brazo y sería el hazmerreír del pueblo”, replica Uriona
con sorna. Ambos reconocen que su vida está en Yakarta y que ya no conocen
apenas a nadie en Markina y Durango, sus respectivos lugares de origen.
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